10/02/2019
¡Buenos días!
Hoy me gustaría contrastar diferentes visiones de dos expertos en evaluación, a través de sus artículos:
Figueras, N. (2011). Avaluar per aprendre, avaluar per motivar.
William, D. (2010). What assessment can —and cannot— do.
Ambos autores coinciden en que la evaluación siempre ha sido un blanco para los debates. Hay quién opone evaluación a educación, pero también hay quien entiende que la evaluación es necesaria para el aprendizaje y para la enseñanza. En este caso, Figueras y William defienden la importancia de la evaluación para garantizar el éxito en el aprendizaje de los alumnos. Sin embargo, hay algunos puntos en los que sus argumentos difieren.
William define la evaluación como “un puente entre la enseñanza y el aprendizaje”, idea que Figueras comparte, puesto que su artículo pretende acercar el docente a la evaluación y, de algún modo, enlazar estos aspectos con los contenidos y los objetivos que se fijan en el currículum Así pues, observamos claramente que para ambos la evaluación no es un concepto aislado, sino que viene determinado por diversos factores. Esto indica que, en evaluación, de acuerdo con la perspectiva de la competencia lingüística comunicativa, debe prestarse atención no solo al contenido se va a evaluar, pero también en otros aspectos, como por ejemplo la practicidad, el impacto, la validez, la fiabilidad, entre otros para lograr que la prueba realizada refleje realmente el progreso y el resultado de los alumnos.
Además de los aspectos de la evaluación que conciernen directamente a las escuelas y a los profesores hay otros factores clave que tienen una influencia significativa en el éxito o el fracaso de este concepto: padres y familiares de los estudiantes y sus influencias socioeconómicas, además de gobiernos, cuyos sistemas de selección de personal o modo de cribar la selección de estudiantes para acceder a ciertas instituciones educativas, todos ellos se basan en pruebas de evaluación. Para resolver o tomar en cuenta estos puntos existen las pruebas PISA, aunque los resultados que se reportan de estas pruebas no siempre traen buenas noticias, lo que nos hace plantear un cambio de paradigma para reestructurar el sistema de evaluación y, así, utilizar este instrumento como una oportunidad para sumar en el proceso de aprendizaje, no para perjudicarlo.
En relación con la última idea observamos que, por un lado, Figueras defiende que es necesaria la reforma educativa para conseguir una evaluación integrada, coherente en lo lingüístico, en la planificación y en la gestión, entre otros, por lo que en este concepto deben converger todos los factores que la determinan.
Por otro lado, observamos que William es partidario de dejar esta tarea de la evaluación a organismos externos y desentender a los centros docentes de esta labor para evitar la implicación del profesorado en ella. William argumenta su posición afirmando que esto reducirá los efectos negativos de “enseñar para el examen” (teaching to the test), de modo que el profesor adoptaría un rol más de entrenador, dejando de lado el rol de juez.
Como conclusión podemos apreciar que, aunque al principio ambos autores tenían ideas similares en cuanto a la evaluación per se, al final sus opiniones tienen diferencias notorias, que serían incompatibles en muchos aspectos si se tuvieran que poner en práctica. Cada autor define sus principios detallándolos por puntos a modo de lista y, aunque pueda parecer que en algunos casos encajan, en realidad modifican el sistema existente desde perspectivas distintas.
Personalmente, aunque comparto opiniones con ambos autores en algunos de los temas que se tratan a lo largo de sus artículos, me considero más partidaria de reestructurar el sistema educativo para poder modificarlo acorde a las necesidades que exigen la evaluación, la enseñanza y el aprendizaje. Es decir, la modificación tendría en cuenta tanto a los alumnos, como a los profesores para crear una evaluación que garantice resultados fiables, válidos, teniendo en cuenta la practicidad, la motivación, la interactividad, el contenido, los objetivos fijados, la planificación, la gestión y el impacto. A mi entender esta propuesta sería la que realmente serviría de puente entre la enseñanza y el aprendizaje, como mencionaba William.
Por lo contrario, la propuesta de William de dejar la evaluación en manos de organismos externos se aleja, en mi opinión, de esta unión o vínculo que proclamaba al inicio del artículo. A mi parecer la adición de este nuevo elemento dificultaría y obstaculizaría el proceso de aprendizaje, además centrarse en la evaluación del producto y no en la del proceso. Es el profesor quién realmente conoce a sus estudiantes, sabe lo que se ha fijado en los objetivos, conoce los contenidos que se han trabajado, los ha planificado y los ha gestionado todos, además de saber de qué instrumentos o instalaciones dispone para realizar la prueba y, finalmente, es quién puede valorar y evaluar el proceso de aprendizaje y no solo el producto. Todos estos factores no se podrían tener en cuenta en la última propuesta, por lo que la evaluación se convertiría en un concepto aislado de todo el resto del proceso de aprendizaje y sería, quizás, una mera formalidad impuesta por dicho organismo que actuaría por motivos económicos, más que ser una oportunidad para el estudiante o, incluso, para el profesor.
¡Hasta pronto!
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